Cuando pienso en mini Andy en la niñez, me recuerdo con grandes sueños: soñaba con ser diseñadora de moda, o ser actriz, viviendo en Nueva York o París, siendo millonaria, siendo feliz. Conforme vamos creciendo, para algunos de nosotros, los sueños cambian, o se ponen en espera o simplemente, se van. A lo largo de los últimos meses me he preguntado, en mi caso, ¿dónde quedaron esos sueños? ¿A dónde se fueron? ¿Se transformaron, evolucionaron? ¿O simplemente murieron?
No sé en qué momento de mi vida, dejé de soñar, cuándo fue que dejé de considerarme merecedora de cosas grandes. De chiquita, sabía que me esperaba una vida distinta, pero creo que el miedo y el querer centrarme en ser realista, fue matando poco a poco esos sueños, hasta que un punto dejé de soñar, por el miedo de no cumplir esos sueños.
El darme cuenta de esto fue un parteaguas en mi vida, es una realidad que no quiero que me defina ni me pertenezca. Estoy convencida que es un camino el poder cambiar este pensamiento, y que es algo que sigo trabajando todos los días: volver a aprender a soñar. Así como el sentirme merecedora de estos sueños, y saber que también me pueden pasar cosas chingonas, y que no por miedo a no cumplir mis sueños, voy a dejar de soñar.
Estoy convencida que el soñar también viene de la mano con esforzarse, y trabajar, y levantarte, y apretar cuando sea necesario. Y hoy me detengo a apreciar lo mágico que ha sido este trayecto este año de abrir los ojos, atreverme a soñar, y poder cumplir estos mismos sueños.
En conclusión, si algo quiero dejarte, es no tengas miedo de soñar. Cada vela de cumpleaños, cada moneda lanzada en una fuente, cada estrella fugaz, cada fuego artificial, cada campanada del reloj a medianoche en Año Nuevo, es un reflejo de lo que anhela el corazón. A veces sólo hace falta un poco de valentía de enfrentarnos, escuchar qué es lo que queremos y luchar por esos sueños.
Till the next letter,
Andy